Este intervalo de años fue mi período de desarrollo como pintor. Amplié los formatos, mejoré el tratamiento pictórico de los lienzos y creé un pequeño universo de lugares y personajes onírico, poético y un tanto ingenuo.
El paisaje, sobre todo nocturno, fue un tema recurrente. Me gustaba esa imagen caótica de construcciones superpuestas, sin orden ni concierto, creando una red orgánica a partir de elementos geométricos.
En cierto modo esas casas me parecían metáforas de cómo se construyen los pensamientos y las ideas: apilándose, mezclándose, hasta aglutinarse formando una unidad a partir de elementos dispares.
En 2009 tuve la oportunidad de trabajar para el Consejo Internacional de la Danza de la UNESCO, en un Congreso Internacional que se celebró en el Teatro Cervantes. De aquella ocasión surgieron muchas piezas relacionadas con el tema.
Encontré que, a pesar de ser un bailarín pésimo, el ritmo, el movimiento y la música encajaban perfectamente con mi discurso plástico.